Quisiera hacerles una confesión.
Todas las tardes, hace muchos años atrás, cuando volvía del Colegio corría a prender la televisión para ver Los Picapiedras y el Gavilán Pollero. Sobre los Picapiedras no les puedo contar nada porque aún lo muestran algunos canales en la actualidad (programa que no me pierdo jamás). Pero al Gavilán Pollero y al gallo Claudio los dejé de ver hace bastante tiempo.
El Gavilán Pollero era una historia de un pequeño gavilán, que se alimentaba de pollos. Un día, se encuentra a un tremendo gallo llamado el Gallo Claudio que lo triplicaba en estatura y lo sextuplicaba en envergadura.
El Gallo Claudio era un tipo liberal, que aspiraba conocer el mundo, y sus deseos siempre se veían anulados por un perro sabueso a cargo del gallinero. El gavilán, quien al parecer jamás había visto un gallo de este porte, seguramente escuchando las voces de sus instintos, le preguntaba al Gallo Claudio si acaso él era una gallina, pues en tal caso, debía atraparlo para comérselo.
El Gallo Claudio sin el menor temor, y viendo aquí una buena oportunidad de desquite, le decía que él no era una gallina y que la gallina es eso, mostrándole al perro sabueso al que le había puesto un plumero en la cola. El gavilán se abalanzaba sobre el mastín para comérselo, a lo que el perro respondía con tal fiereza que dejaba en claro al pobre gavilán que eso era cualquier cosa menos una gallina.
Después de haber visto prácticamente la serie completa del Gavilán Pollero, me transformé en un experto en reconocer y diferenciar entre perros emplumados y verdaderas y sabrosas gallinas.
Me sucede algo extraño en esta elección presidencial con el silencio de Bachelet. Me evoca a ese tranquilo perro durmiendo la siesta.
¡¡No vaya a ser que los concertacionistas me están puro emplumando el perro!!
Yo no sé mucho de política. Pero en perros emplumados, ya les dije, soy un experto. Y esa cosa emplumada que se percibe allí en la puerta del gallinero, no me huele exactamente a una sabrosa gallina.